Al árbol de Guernica. ODA. 1886


Al Arbol de Guernica
¡Oh roble augusto, venerable atleta
que de alta nube en el crespón doliente
lloras tu soledad! Oye al poeta
que estremecido del combate humano,
vuelve la espalda al vencedor potente,
y sin doblarse al yugo del tirano,
llega á tus piés á reclinar la frente,
de tu dolor humilde cortesano.

Yo también, como tú, soldado herido
en la lid tumultosa dela vida,
recuerdo dolorido
los esplendores de la paz perdida;
yo también busco soledad y olvido,
pero esclavo de férvidos afanes
y encadenado, como tú, á la tierra,
me agito entre serpientes y volcanes,
con los brazos deshechos por la guerra
y la frente ceñida de huracanes.

¡Cuánto anhelaba verte! Desde niño,
sin saber dónde estabas, te quería
con pátrio amor y con filial cariño:
llegó la jubentud; mi padre un día,
señalándome el plácido horizonte
por donde el sol tranquilo descendía
el ocaso, exclamó: -"¿Ves aquel monte
que juzgas tú de la región vacía
dintel dorado y término del mundo...?
Pues más allá, bajo el azul profundo
del último confín, en tierra noble
como esta que pisamos y en fecundo
suelo de bendición, se eleva un roble,
númen sagrado y símbolo glorioso
de todo lo que creés y lo que amas,
que altivo y generoso,
tiende al espacio sus inmensas ramas
para abrazar á un pueblo valeroso.

Las leyes evnerables que le rigen
el mundo todo sin cesar las nombra
con alta voz; su misterioso origen
es fuente de respeto; ante su sombra
el poeta y la mísera avecilla
pasan diciendo su mejor arrullo,
rezando acaso la mujer sencilla,
sonriendo los héroes con orgullo
y los reyes doblando la rodilla.

Allí el sol centellea
de la Justicia en el sagrado templo,
y desde allí en pacífica asamblea
de universal admiración y ejemplo,
consagran los patricios
la libertad que en el deber se mueve,
no la que aborta en los dorados vicios,
ni en los torpes motines de la plebe.
Desde allí el árbol santo nos abraza,
centinela del templo en los umbrales
que guarda bajo el áspera coraza,
esculpidos en tablas inmortales,
el honor y la ley de nuestra raza.

De su raiz profunda
beben jugo viril las verdes hojas
que de armonía el pajarillo inunda
refiriendo su amor ó sus congojas,
y de la cima á su inmortal asiento,
con rumor sosegado,
dulcemente mecido por el viento,
confunde el porvenir con lo pasado.

¡Alló, cuando del mundo proceloso
corras el mar preñado de tormentas,
y turben tu reposo
con su aguijón punzante y venenoso,
los dardos de la duda y las afrentas,
cuanto sordo á la voz de tus mayores,
muerta la fé y el corazón vacío,
tu propio mal ó el de tu patria llores,
allí estará tunpuesto, allí, hijo mío,
tu religión, tus cívicos amores!"

No bien el eco amado
de la voz paternal se hubo apagado,
¡nota de amor que nunca se me olvida!
cuando se alzó en los aires vaporosa
por la luz del crepúsculo vestida,
tu imagen, cual visión maravillosa...

Náufrago luego en la revuelta playa
del mundo ¡cuántas veces por alarde
de patrio afán, al cielo de Vozacaya
volví mi rostro al declinar la tarde,
y siempre, siempre en la encendida raya
ví que á los ojso de mi fé robusta,
te elevabas sin sombras ni vaivenes,
signo adorable de la paz augusta
que es mayor de los humanos bienes!...

Súbito un día ¡maldición del cielo!
como del cráter la impetuosa lava
surge abrasando el florecido suelo,
surgió la lucha tormentosa y brava
cubriéndose de duelo;
y á mi ojos atónitos de espanto,
te envolvieron en lúgubres crespondes,
la negra tempestad, mi propio llanto,
vapor de sangre y humo de cañoñes.

¡Oh memoria cruel! Aún me parece
que el implacable cielo se oscurece
y que los genios del averno esgrimen
rayos que rasgan la pesada bruma,
tiemblan los valles, las montañas gimen
y el mar se borda de sangrienta espuma.

La madre sin defensa
loca de amor y con ferviente ruego,
<<¡Paz á mis hijos!>> en la noche densa
clama, llorando lágrimas de fuego;
pero sus hijo ¡ay! se desbaratan,
al furor de las iras se abandonan,
se embisten, se confunden y se matan,
y por el suelo en haces se amontonan.

Aún parece que late
allá en la nube el bárbaro combate
y que se aleja en ondas resonando
el grande estruendo con que va rodando
ronco de rabia el carro de la guerra
cuyos corceles de sudor cubiertos,
sin freno van sobre la roja tierra
los despojos hollando de los muertos...

No más, no más con el recuerdo odioso
alimentar la mente acalorada,
ni el eco belicoso
despertar del clarín, ni el tempestuoso
brillo encender de la cruenta espada.
Pasó la tempestad... ¡Oh, cuán distinto
este amado recinto,
del que soñoó la tierna fantasía!
La antigua gloria, fúnebre elegía,
los altares desiertos y desnudos,
los edcos apagados ó remotos,
mudas las aves, los patricios mudos,
cerrado el tmeplo de la ley y rotos
de tu blasón los sólidos escudos.
De estos tristes lugares
no suben ya por el sereno ambiente
nio arengas, ni plegarias, ni cantares;
solo turban con culto irreverente
el ancho cerco de tu sombra inquieta,
la visita gacial del importuno,
las huellas retrasadas del poeta,
las lágrimas tardías del tribuno,
ó el simulado y pérfido homenage
del necio ó vil que te infirió el ultraje.
¡Todo en torno de tí, lóbrego y vano,
todo vencido, aniquilado, inerte!...
Tú solo, como eterno soberano,
cada vez más esplendido y lozano,
vencedor te levantas de la muerte.

Tú de las tiranías
de bajos cetros huyes presuroso
en pos de celestiales armonías,
é intrépido colosao,
titán que dejas la mansión oscura,
lanzado por impulso vigoroso,
subes al cielo y tu corteza dura
mella el hacha del bárbaro enemigo...
¡Oh, si el vate pudiera,
aplastando á la víbora rastrera
que le muerde el talón, subir contigo!
Tú, cuando el día nace
y su lecho de nieblas sonrosadas
en lágrimas de aljófar se deshace,
rompes audaz las vaporosas nubes
que cuelgan de tu sien despedazadas,
y á las citas del sol rápido subes
que á un tiempo argenta y dora
con sus rayos la cima triunfadora,
y sumergiendo tu ramaje oscuro
en el cristal azul de la mañana,
con pompa soberana
reinas tú solo en el espacio puro
que nunca ha hendido el águila romana.
Tú, cuando el rojo conductor del día
de su corcel las riendas abandona
y el tul desata de la la noche umbría,
guardián gigante de la grey vascona
que reposa á tus pies, alzas la frente
buscando el centro del celeste coro,
y en torno á tu diadema refulgente
ruedan los astros como piedras de oro
despedidas por honda omnipotente...

Mas ya en la humilde hospitalaria aldea
el sol inofensivo y cariñoso
con cándidos matices se recrea
en la espiral del humo perezoso;
ya en la austera colina
va dilatando en círculo ambicioso
su sombra inmensa la sagrada encina.
Pronto el poeta la lejana cumbre
traspondrá de los montes,
por alcanzar la fugitiva lumbre
que en mágicos diseños
le traza caprichosos horizontes,
cuanto más imposibles más risueños,
y oscuro peregrino,
modelando en estrofas sus ensueños,
se perderá en el polvo del camino.

¡Adiós, adiós! si acaso en las oscuras
nubes se cierne el huracán alado
y amenaza otra vez tus glorias puras,
oirás, roble escelso, el dilatado
grito de alarma que el poeta cante,
que en mi laud dormido ó soñoliento,
siempre es tu amor la cuerda vigilante
pronta á vibrar con fervoroso acento,
y tú también con el susurro blando
que va de rama en rama tembladora,
irás á mi clamor acompañando,
himnos de patria y libertad cantando
en gigantesca cítara sonora.

Victorioso después ó escarnecido
por el furor de aleves tempestades,
ese tronco por todos bendecido,
será de las ilustres libertades
cándido altar ó tajo enrojecido.
¿Y á cuál empresa el ánimo aperciben,
si la tormenta estalla,
los que á tu amparo rëunidos viven?
¿Cuál será su bandera en la batalla?
¿COrrerán á tu sombra como hermanos,
ó á combatir como enemigos fieros?
¿Serán tromba de audaces ciudadanos?
¿Serán tropel de tímidos corderos,
legión en marcha ó fuga de villanos?
Yo no lo sé: mas tal como la historia
consigne su pavor ó valentía,
así de la foral ejecutoria
serán tus brazos en el nuevo día,
dogal infame ó pabellón de gloria.